ARACNODACTILIA SALVO EN LOS DEDOS MEDIOS

 

Al filo de la medianoche las brujas salen de sus neogóticos panteones.  

 

Todas ellas tienen el pelo alborotado, de un azul cobalto; el rostro marfileño, con piel tan gruesa como el cuero; aracnodactilia salvo en los dedos medios; ojos amarillos felínicos, y labios del color de las venas.

 

Tras tomar un cafelín acompañado de galletas y morros de murciélago marchan a su gruta secreta, que tienen alquilada en lo más profundo de un bosque encantado pero muy poco encantador. Y a la una de la madrugada empiezan su labor:

 

Dentro de un gigantesco caldero de cobre, con el amor y el impecable esmero que caracteriza a las brujas del siglo XXI, elaboran ilusión líquida en estado puro, que luego inyectan en dosis precisas entre los habitantes de los alrededores.

 

En ocasiones equivocan las cantidades de la fórmula secreta, porque las brujas, aunque brujas, ante todo son humanas. Entonces se producen grandes detonaciones y alguna que otra muerte entre sus filas, que lloran amargamente durante seis meses y seis madrugadas.

 

Si bien las brujas también son humanas, para el resto de los humanos sólo son brujas. Y además brujas de las de antes, de las que se extinguieron hace siglos: de esas que comían niños, lanzaban maldiciones a diestro y siniestro, y dejaban por donde pasaban una peste a perdices putrefactas.  

 

Por eso la gente de los alrededores las tiene pavor. Y las persiguen, y las cazan, y las queman.

 

 Cada vez hay menos ilusión intramuscular para ellos, como castigo.

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